Mayo
de 1734
Estoy
cansado, hoy casi no he dormido. Marcho, huyo de París. Los traqueteos del
carruaje ni siquiera me dejan escribir bien. La ropa está ya sucia, tampoco me
he podido asear adecuadamente. Pero no importa. Cuando se trata de huir de la
sinrazón, de la barbarie y de la infamia, solo importa mantener la razón fuerte
y la libertad intacta. Demuestro con
esta injusticia que contra mí se cierne, disparada desde los muros de aquellas
cuadrigas de asnos reales, de aquellas mitras de paja, el estado inestable, ignorante
y atrasado de mi patria. Y es que es peligroso tener razón en Francia cuando el
gobierno está equivocado[1].
Anochece ya en los campos de Francia; esos ignorantes, pequeñuelos campesinos
recogen ya sus aperos de labranza. En sus casas no les esperará más que un
mendrugo, patatas y una cama de paja al lado de sus feroces animales. Si
supieran, si sobre la mente de uno de ellos siquiera pasara la idea de la
libertad, de la tolerancia, del respeto escrupuloso al prójimo, del saber y la
ciencia… entonces quizá Francia estuviera salvada. Pero esos burros de dos
patas, esos señoritos de cuna nunca darán el paso decisivo. Ni a la muerte de
Luis XIV, ni durante su regente se ha visto en Francia cambio alguno; las
Cortes Generales llevan sin convocarse desde el siglo pasado; el único atisbo
de cambio, que no de cordura, ha sido aquel payaso episodio de la venta de la
mitad de los caballos de Luis XIV por el regente el Duque de Orleans para
sanear las finanzas del Reino; un acto estúpido, a mil leguas se ve en él la
inutilidad y la desesperación, pues más le habría valido expulsar a la mitad de
los asnos que pacían en la corte[2].
Entonces, hace ya 17 años, esta y otras sátiras al gran Duque de los asnos me
merecieron la cárcel en la Bastilla; hoy, más viejo y también más sabio y
experimentado, mis reflexiones racionales, críticas y elogios contenidos en las
Cartas filosóficas me valen el
destierro. El gobierno francés emite una orden de detención contra mí, y no
pienso volver a la pestilente cárcel. Ahora tengo amigos a los que acudir, mi
razón es fuerte y mi libertad está mejor protegida. Dicen los aristócratas de
cuna que mi libro, publicado hace poco, es una obra escandalosa, contraria a la
religión y a la moral y carente del respeto debido a los poderes establecidos[3].
No es solo que haya sido mandado arrestar; además,
¡ejemplares de mis Cartas inglesas
han sido quemados en hoguera pública! ¡El colmo de la barbarie, de la
ignorancia, de la bestialización, del fanatismo más austero y atrasado aprieta
con su yugo al pueblo francés, la ciudad de París se halla
tomada por sus mentiras y sus patrañas centenarias! Mis obras fueron destruidas
ante los impasibles ojos de miles de personas que contemplaban el fuego de los
poderosos; esos mismos poderosos a los que ataco,
según ellos, en mi libro; ese mismo fuego que es
la respuesta de los imbéciles a mis críticas. Y, ¿cómo pretenden que me quede
callado? ¿Cómo que no alabe al pueblo inglés, con su libertad y su progreso, a
millas de distancia de la atrasada Francia? ¿Cómo que no critique a la
monarquía, despojo podrido del pueblo servil? ¿Cómo que no persiga los
preceptos de la Iglesia, cuna de la intolerancia europea, genocida de sabios,
perseguidora de la libertad? ¡Pues me voy, sí, huyo de París, huyo del fuego
que persigue mis ideas, huyo de los asnos que corren tras de mí, ataviados con
bordados de plata y orgullosos de su oscuro linaje, estercolero de patanes!
Huyo de la barbarie, y me refugio en la razón, la libertad y la sabiduría.
Allí, en Cirey, mis obras no serán quemadas; mi nombre no aparecerá en escrito
público de detención. Estaré allí el tiempo necesario. Mi honor no me importa.
Esa gentezuela de las ciudades, con sus problemas y cerrazón… A buen seguro que
fue un espía, o un soldado el que, encargado por el sucio dinero del gobierno,
alentó la rebeldía de los populares hacia mis ideas. Enardecieron sus ánimos y
soltaron soflamas incendiarias contra mí, contra la razón y la tolerancia;
atacaron esos pobres incultos lo que, sin saberlo, puede provocarles un gran
cambio en su vida, cambio de libertades y prosperidad. Pero esas gallinitas,
envalentonadas, no conocen nada de libertad ni de tolerancia; mucho menos de
Newton ni de Inglaterra. Cuando los remueven con
crucifijos en su hormiguero, cuando les lanzan algo de agua y de pan, corren y
se vuelven histéricos, y no controlan sus actos; tal es su incapacidad y el
menosprecio que les guardo. Y querer confiar en ellos las decisiones de
gobierno… Hay ideas que deberían ser desterradas por la razón, pero nunca quemadas. Libertad y tolerancia. Ante
todo, libertad y tolerancia para vivir.
Émile du Chateles me aloja en su castillo de Cirey. Ella
no residirá allí conmigo, aunque me comentó, antes de despedirme, que quizás en unos meses me
hiciera compañía. No habría cosa que más me agradase, ahora que huyo solo,
dejando en París a amigos, los pocos intelectuales que aún me apoyan, y no
pocos enemigos, como ese Rousseau que anda a cuatro patas.[4] Es
Émile gran amiga y admiradora mía, y yo, suya;
hace ya un año que mantenemos tan sana y cordial amistad, unidos por antiguas
relaciones familiares y nuestro común amor por el conocimiento. Culta y
poderosa, es una gran física y matemática. Ayer, hablando con ella, me comentó
su interés desmedido por la física de Newton, sabedora de mi estancia en
Inglaterra y de mi relación con dicho hombre ilustrísimo entre el pueblo del
progreso. Pretende traducir al francés sus principios físicos, y darlo así a
conocer en Francia. Pidió mi ayuda, y por supuesto, generoso la daré cuanto
necesite y plazca. Allí en Cirey espero pasar una estancia agradable, al menos
encontraré paz y cultura, alejado de las tensiones y la oscuridad intelectual
del París regio. Dedicaré mis horas al estudio, a la redacción de nuevos
escritos, a la sátira y crítica de nuestra monarquía y del infame que nos
subyuga. No descansaré, no secaré mi pluma ni habrá hogueras ni gritos ni
palabras malditas que venzan a mi razón y a mi empeño por la tolerancia y la
libertad. Un solo toro y muchas ovejas guiadas por perros rabiosos, que
muerden. Hay que aplastar al infame.
El camino sigue y no veo fin a la marcha. Los caballos
rebuznan, ya es de noche; la luna nos alumbra, nos guía en el camino a la
libertad. No veo razón para seguir descargando mi ira en este viejo diario.
Viejo diario, que en la sotana de un fraile, serías como corteza del árbol de
la serpiente del paraíso; viejo diario, que en manos del Rey eres clavo de
ideas libres. Deje ya de escribir, pues. Dedicaré el resto del camino a pensar
sobre mi próxima tragedia, que espero no sea también quemada y burlada por los
asnos de oro y los de tierra.
Que me guíe la razón y la suerte en el camino; a esos
puritanos que los guarde Dios, si confían en que puede. El tiempo sabrá aclarar
algunas posturas erróneas. Que me persigan y corran; que galopen a mi espalda,
que recen a Dios o pidan dinero al Papa o a los banqueros suizos. Que me manden
al infierno. No me importa. Que mi libro ya ha estado en
él. Que el infierno está en la tierra y los diablos que más utilizan el fuego
son seres con sotana, cetros y mitras. Infames.
Y hay que aplastar al infame.
ANEXO: FRANÇOIS MARIE-AOURET (1694-1778). La razón critica a Francia.
Más
conocido como Voltaire, es
considerado el ilustrado más importante e influyente del siglo de las Luces o
Ilustración. Máximo exponente de la Ilustración francesa, fue poeta,
dramaturgo, ensayista y filósofo. Defendió infatigablemente los preceptos
ilustrados, la libertad, la tolerancia, la igualdad, la fraternidad, la
abolición de los derechos feudales y de cuna… poniendo especial atención en la
intolerancia religiosa y el fanatismo que provocaba. Recibió gran influencia de
Pierre Bayle, precursor de la Ilustración en Francia. Acuñó el concepto de
“tolerancia religiosa”. Pensaba que en las relaciones humanas debía siempre
primar el respeto, la tolerancia y la libertad. Identificó a la Iglesia
Católica como núcleo del fanatismo europeo, y dedicó gran parte de su vida y
obra a luchar contra ésta, declarándose deísta (objetivo que sintetiza en su
célebre frase “hay que aplastar al infame
[la Iglesia, la intolerancia]”.
Su gran sentido del humor, su sátira, su ironía y su facultad para jugar con
las palabras le granjearon muchos enemigos tanto en Francia como fuera de ella;
fue tres veces encerrado en la Bastilla por infamias contra el poder y dos
veces exiliado de Francia. Su magna obra abarca desde la Historia hasta los
dramas, pasando por la Filosofía, la sátira, la novela corta, el cuento, la
poesía… Leer y entender a Voltaire es sumergirse en el mundo de la Ilustración;
leer y entender a la razón crítica y libre de hace trescientos años.
Una breve biografía.
François-Marie
Arouet nació en París en 1694, de padre notario y madre noble. Desde los diez
años (1704), estudió en el colegio jesuita Louis le Grand, donde recibió una
educación humanística. En 1711 comenzó estudios de Derecho, y en 1713 trabajó
en la embajada francesa de La Haya. Poco después volvió a París. Allí criticó
al regente del Reino, el Duque de Orleans, por lo que fue encerrado en la Bastilla, en 1717. Al ser liberado, el regente le entregó unas monedas, a lo
cual Voltaire le dijo: “Majestad, os agradezco que os ocupéis de mi
manutención, pero os suplico que de ahora en adelante no os ocupéis más de mi
alojamiento”. Pero éste no debió hacerle mucho caso, como se demostraría tiempo
después. Voltaire marcha desterrado a la región de Chatenay, donde decide adoptar un seudónimo: Voltaire. Dicen los
expertos que éste pueden ser las sílabas desordenadas de la palabra revoltai, que significa “revoltoso”.
En 1718 consigue un éxito con su tragedia Edipo, pero años más tarde, en 1723, un
altercado en la Ópera de París con el aristócrata Rohan le produce la entrada en prisión de nuevo, después de ser
apaleado por siervos de éste. Tras cinco meses en la Bastilla, Voltaire acepta marcharse al exilio de Inglaterra a cambio de la libertad.
Así, parte hacia Inglaterra, donde residirá dos años y pico (1726-1728),
estancia que supondrá un punto de inflexión en la vida de Arouet. En Inglaterra
conoce la filosofía empirista de Locke, que sintetiza con su Racionalismo; conoce
a Newton y su nueva física, de los que queda deslumbrado; y conoce la libertad,
el progreso y la tolerancia religiosa que imperan en la isla, cuestiones que
reflejará a su vuelta en Francia en su libro Cartas filosóficas o inglesas
(1734).
A su vuelta a Francia
en 1728, desarrolla una gran actividad literaria. Escribe los dramas Henriade (1728), Bruto (1730) y Zaire
(1734), a la vez que Historia de Carlos
IV (1734). Es ahora cuando ocurre nuestra anécdota narrada: se
entera de que su obra Cartas filosóficas
ha sido quemada en París, y el gobierno francés ha emitido una orden de arresto
contra él. Huye a Cirey bajo la
protección de su amiga la marquesa de Chatelet
(Émile de Chatelet), con quien mantendrá una relación amorosa hasta su muerte
en 1749. Son quince años de paz y de diversión, dedicando su tiempo al estudio
de la Historia, de la física y metafísica de Newton, la escritura de nuevas
obras teatrales (Zaire (1734), Adélaïde du Guesclin (1734), La
muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736),
El hijo pródigo (1736) y Nanine o el prejuicio vencido (1749)) y
otros (Mahoma o el fanatismo (1741)).
Tiene importancia, en esta época, los Elementos
de la física de Newton (1938), traducción francesa de la física newtoniana
que realizó junto a Émile. En 1746 será elegido miembro de la Academia
Francesa.
Al morir su protectora, viaja a Prusia, invitado por su amigo y monarca ilustrado Federico II. Aquí
escribió El siglo de Luis XIV (1751)
y acabó Micromegas (1752). Pero tuvo
que marcharse de Prusia, por unas desavenencias con el monarca ilustrado.
Francia no le acepta y se instala en Ginebra,
Suiza (1755). Otro período convulso para el ilustrado. La mentalidad calvinista
no le convence, y mantiene numerosas disputas con los ginebrinos. Publica el Ensayo sobre las costumbres (1756), que
los escandaliza. Un año antes, les tocó a los católicos con La doncella, un ofensivo poema sobre
Juana de Arco. Colabora con la Enciclopedia
de Diderot y D’Alembert, y sigue escribiendo: Poema sobre el desastre de Lisboa (1756), y Cándido o el optimismo (1759).
Los últimos dieciocho años de su vida los pasa en su
residencia de Ferney[5],
encumbrado como padre de las letras europeas y gran figura de la Ilustración;
recibe numerosas visitas de intelectuales y realiza dos de sus obras cumbres:
el Tratado sobre la tolerancia (1763)
y el Diccionario filosófico (1764).
Pero no se limita a escribir; también participa en la vida pública
interviniendo en casos judiciales como el de Calas o el de La Barre, siempre al
servicio de la tolerancia y la libertad, contra la injusticia y el fanatismo.
Antes de su muerte le llegará su gran homenaje y
reconocimiento públicos. Tras subir al trono Luis XVI, representa en París su última obra, Irene, obteniendo un gran éxito. Es
aclamado por la Academia Francesa y elogiado por D’Alembert públicamente.
Morirá en 1778. Sus restos descansan en el Panteón
de Hombres Ilustres de
París.
BIBLIOGRAFÍA:
- De Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Voltaire#Biograf.C3.ADa http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89milie_du_Ch%C3%A2telet
- De Arte Historia: http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/personajes/6333.htm
- De Biografías y Vidas: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/voltaire.htm
- http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd99/ed99-0257-01/bvoltair.html
- P. WATSON: “Ideas. Historia intelectual de la Humanidad”, Barcelona (Crítica), 2006.
- M. FAZIO: “Historia de las ideas contemporáneas”, Madrid (Rialp), 2006.
- P. CALERO: “Filosofía para bufones”, Barcelona (Ariel), 2007.
[1]
“Es peligroso
tener razón en Francia cuando el gobierno está equivocado”, cita que se dice
comentó Voltaire a Claudie Helvetius al leer su libro Sobre el espíritu (cfr. P. CALERO, “Filosofía para bufones”, Barcelona (Ariel), 2007, p. 122).
[2] Ibidem, p.
121.
[3] Cfr. P. WATSON, “Ideas. Historia intelectual
de la humanidad”,
Barcelona (Crítica), 2006, p. 836.
[4]
Después de leer uno de los
libros de Rousseau, Voltaire, comprobando el sentido degenerativo de la
Historia que postulaba el pensador, escribió, haciendo gala de su gran sentido
del humor: <<Le entran a uno ganas de andar a cuatro patas>>
(Anécdota del libro antes citado, cfr. supra
n.1).
[5]
Ferney es una
población en la frontera entre Francia y Suiza.