Un mausoleo para una mosca


Por aquel tiempo yo llevaba ya unos quince años empleado en la casa de uno de los más grandes poetas latinos. Digamos que, como buen criado suyo, después de aquellos años ya le conocía bastante bien para saber qué le molestaba, qué le agradaba, qué le interesaba y qué le preocupaba. Sabía cuales eran los platos que le hacían entrecerrar los ojos con gusto solo con oler su aroma, sabía que no había nada peor para él que una tarde extremadamente lluviosa que pudiera estropear su paseo diario, durante el cual esperaba pacientemente a que las musas se dignaran a charlar con él. Y sabía también que si estas se negaban a aparecer, entonces el mejor recurso a la vuelta del paseo eran unas buenas ánforas de vino que, tarde o temprano, le traían la inspiración para acabar de escribir la Eneida
      Conocía quiénes eran sus enemigos y sus amigos de más confianza, los comercios donde encargaba ropas, víveres o cualquier cosa que pudiera requerir un hombre de posición acomodada. Su casa no tenía secreto alguno para mi y bajo mi mando estaban todos los demás criados y criadas, bastantes por cierto, que servían impecablemente a su amo, demostrando que valían el precio que yo había pagado por ellos en el mercado de esclavos. Además, mi amo y yo teníamos una buena relación, y a base de fidelidad y dedicación, me había prometido que a su muerte me concedería a mí y a mi familia la libertad. La ilusión que le hacía a mi hijo mayor. 
      En fin, que yo creía conocer bastante bien la vida y costumbres de Virgilio, pero aquella mañana empecé a dudar de ello. Y también del buen juicio del poeta.

Era una mañana soleada, perfecta para el paseo matinal por el campo. Yo estaba ocupado arreglando unos asuntos con unos vendedores que ofrecían su mercancía y, tras acabar el regateo, me permití envidiar un momento a mi amo. Levantarse tranquilamente, desayunar sin prisa, disfrutar de los rayos del alba y luego entregarse a la creación literaria. Sin embargo, bajo mi mando estaba todo el buen funcionamiento de la casa y su abastecimiento, y eso apenas dejaba un minuto de descanso al día. Regresaba a la cocina cuando Virgilio me vino hacía mi apresurado, completamente vestido ya y con varios pergaminos en las manos. Su cara dejaba ver algún signo inusual de cansancio, y él entero transmitía cualquier cosa menos la habitual armonía y tranquilidad de quien no tiene ni una sola preocupación.
      -¡Claudio! ¡Claudio! Necesito que me hagas unos encargos en la ciudad inmediatamente. Debe de estar todo listo hoy para que esta misma semana sea la celebración…Es lo más conveniente.
      Se acercó a mi a paso rápido y hablando casi solo para él. No hacía más que revisar las anotaciones. Adiviné que había pasado gran parte de la noche en vela. Además, había estado varias horas discutiendo acaloradamente con un amigo que trabajaba como funcionario.
      - Por supuesto amo, yo mismo iré. Si se trata de algún intercambio con los mercaderes de telas, precisamente acaban de venir unos con un material bastante…
      - ¿Cómo telas? ¡Para nada! ¡Nada de más telas! ¡Mi hija ya tiene suficientes túnicas para conquistar a todos los jóvenes más ricos y respetables del imperio! ¡No pienso gastar un sestercio más!...Además, este es un encargo especial. Quiero que proclames por todas las calles que todo el pueblo, desde el más humilde al más ilustre, estará invitado. Diles que vengan, que será un espectáculo que querrán ver con sus propios ojos y no contado por algún amigo semanas después. Que asistirán a un auténtico acontecimiento.
    Me tranquilicé. No sabía qué era lo que le causaba tal satisfacción, pero fuese la celebración que fuese, si le alegraba a Virgilio, a mí también.
      - Entonces, ¿de qué se trata? ¿Alguna fiesta? ¿Una reunión con sus amigos? ¿Quizás una boda?
      - No, te equivocas querido Claudio. Se trata de un funeral. 
      - Pero… ¿cómo? ¿Quién ha muerto? ¿Cuándo?
    - Una buena compañera que me acompañó siempre en mis malos y buenos ratos, que siempre supo brindarme su mejor aprecio con su insistente zumbido, que veló por la seguridad y el bienestar de esta familia y fue querida por todos en esta casa… ¿Qué tal así? ¿Crees que tiene suficiente dramatismo? ¡No puedo descuidar ningún detalle, el discurso ha de ser perfecto!
      Quedé desconcertado. Primero, por la sonrisa afable que había puesto al darme la trágica noticia; después por la expresión amarga y conmovida de su rostro al empezar a improvisar frases de despedida; y por último por el ánimo y satisfacción con que se había restablecido de repente. Además, seguí sin saber quién había muerto. No tuve tiempo de preguntarle nada más a Virgilio, porque marchó tan apresurado como había venido, con los pergaminos entre las manos y buscando rimas en voz alta para una imponente elegía. Yo quedé solo con la lista de recados. Le eché un vistazo. Servicios contratados por la mejor funeraria. Cincuenta músicos y cincuenta plañideras. Peticiones dirigidas a los poetas más relevantes y a los más desconocidos para que recitasen poemas en la ceremonia. Un encargo descomunal de mármol de la mejor calidad. Demás gastos para la pequeña fiesta de recepción de los asistentes. Y un total de 800.000 sestercios gastados en el entierro de, según decían las tarjetas de invitación, su mascota.
      Esbocé una mueca de preocupación y me dirigí a la ciudad. Tal vez Virgilio debiera esperar más tiempo a que las musas le hablasen antes de recurrir al vino.

* * * * *

El entierro fue, tal y como había prometido Virgilio, un auténtico espectáculo en todo su esplendor. Puedo asegurar que asistió toda la población, pobres y ricos, y durante semanas enteras de lo único que se habló fue de extraño disparate y derroche de dinero que había sido. En efecto, talentosos oradores y poetas recitaban dolidas composiciones que honraban al difunto y conmovían a los asistentes. La multitud se congregaba alrededor del majestuoso mausoleo que se había construido cerca de la casa de Virgilio, y albergaba la tumba para que los restos descansasen en paz. Había tal congregación de gente que se extendía por varias de las miles de hectáreas que el poeta poseía. Las lágrimas de las plañideras y sus rostros desgarrados imprimían realismo al paisaje y hacían olvidar a todos que se trataba del funeral…de una mosca.
      Porque la mascota no era otra que una vulgar mosca, que ni siquiera se podría haber distinguido de cualquier otra, y de la que yo no nunca tuve noticia mientras estuvo viva. Las opiniones estaban divididas pero todos coincidían en que era una locura. Algunos mantenían que era una excentricidad de alguien que tiene demasiado tiempo libre y demasiado dinero sin gastar. Otros, que Virgilio ya comenzaba a desvariar por la edad, y eso pronto se vería reflejado en sus obras, que se convertirían en recopilatorios de locuras, a juzgar por lo que sucedía en la realidad. Y un pequeño sector, compuesto por los comerciantes beneficiados por el gran desembolso de dinero, opinaban que Virgilio tenía libertad para enterrar a quién quisiera y como quisiera. Pero la mofa y burla era alienable en todos ellos. 
      Mi amo, sin embargo, lo único que hizo fue darles la espalda y continuar recitando sus versos encendidos por la muerte de la mosca. El rostro de su hija se descompuso cuando vió a toda la ciudad rumoreando acerca de su padre, y le acusó a él directamente de querer arruinar todas las posibilidades de un feliz matrimonio con un rico patricio. Su mujer comenzó a recordar las infinitas veces en que su madre le había recomendado otro marido mejor que no viviera de historias inventadas para la gloria de Roma. Sus esclavos recibimos burlas hasta de nuestros mismos compañeros, que se compadecían de nosotros por vivir en la casa de un loco; e incluso algún esclavo comenzó a hablar de la rutina de Virgilio sacando más excentricidades donde no las había. Yo, animado por la reluciente promesa de la libertad, permanecí fiel a mi amo y le defendí siempre, aunque nada seguro de si lo hacía por interés o por conocimiento de que no estaba loco.

* * * * *

Transcurrió un año. Fue entonces cuando yo, y todos los demás, nos dimos cuenta de que habíamos sido testigos de una jugada maestra que nada tenía que ver con una locura. Por suerte, los rumores y especulaciones ya habían cesado, y el único recuerdo que quedaba de aquel extraño funeral era el mausoleo que presidía las tierras de Virgilio. Este había continuado viviendo tan relajadamente como siempre y no había vuelto a haber más mañanas en las que se levantase preocupado antes de la hora normal. Yo daba gracias al cielo por ello. 
      Aquel día yo disponía de una tarde libre, que estaba empleando en una taberna de la ciudad. Entre todo el jolgorio y entretenimiento entró un hombre que anunció a voces la noticia que acaba de saberse.
        -¡El entierro de la mosca de Virgilio fue una estafa! ¡La mejor y más ingeniosa estafa a la Ley! ¿Y quién sino iba a idear semejante plan para salirse con la suya? ¡Ah, que ingenio más grande el suyo!
      Al oír el nombre de mi amo, había girado rápidamente la cabeza hacía aquel hombre y le escrutaba intentado dar sentido a lo que decía. ¿Una estafa? ¿Ingenio? ¿Qué había sido de las burlas? El hombre siguió contando a todos los presentes, que ya se hallaban reunidos entorno suyo.
      -Escuchad el por qué de la historia: un buen amigo de Virgilio que trabaja como funcionario le dio información privilegiada de que el Segundo Triunvirato estaba trabajando una ley que expropiaría las tierras de los latifundistas para entregárselas a los soldados retirados. Como todos sabéis, esa ley ha sido aprobada ahora. Y Virgilio es dueño de miles de hectáreas, un lindo territorio que no se puede perder así como así…Esa ley tan solo deja un caso en el que no se expropiarán las tierras: en aquellas que posean tumbas. Y desde hace un año, en la gran propiedad de Virgilio hay una tumba…¡la de su mosca! ¡Esta misma semana el Gobierno ha intentado expropiarle las tierras, pero no puede hacer absolutamente nada, es legalmente imposible! ¡El gran Virgilio ha conseguido lo que quería!
       Salí de la posada deprisa y puse rumbo a la casa de Virgilio. Todavía no daba crédito a lo que oía: todos habíamos sido testigos de aquel engaño genial y le habíamos tomado por loco. Ahora él podría reírse de nosotros a gusto. Realmente, no conocía tan bien a mi amo como creía. Aquella noticia causaría sensación. Antes de llegar a la casa, encontré a Virgilio paseando solo, por sus campos, admirando tranquilo el verdor de las hojas. Me acerqué a él con cautela.
    -Amo, dígame: ¿es verdad lo que he oído hoy sobre usted en la posada? ¿Montó esa pantomima que nos engañó a todos solo para conservar sus tierras?
     Virgilio me miró sin perder su sonrisa y continuó caminando a mi par. Pensó tranquilamente la respuesta y me habló muy serio.
    -Bueno, sí, fue todo como lo cuentan. Pero ciertamente, siempre he sentido un cariño especial por las moscas, ¿sabes, Claudio?



ANEXO. VIRGILIO, POESÍA Y ASTUCIA CAMINANDO DE LA MANO
Publio Virgilio Marón, Virgilio, fue un poeta romano que vivió en el siglo I a.C. Su obra más famosa es La Eneida, que tardó once años en redactar y cuenta la historia Eneas, un heroe troyano, desde que escapa de Troya en la guerra hasta que llega a Roma. El objetivo de estos poemas épicos era glorificar el origen del Imperio Romano presentándolo al estilo de los mitos griegos, vinculándolo con su cultura.
      Vivió en importantes ciudades del Imperio, como Roma, Milán (dónde se formó); y Nápoles, donde residió la mayor parte de su vida. Escribió La Eneida en sus últimos años de vida, y después realizó un viaje por Asia Menor y Grecia constatando la información de su obra. Regresó ya enfermo, y le pidió antes de morir a su amigo el emperador Augusto que destruyera el gran poema épico sobre el viaje de Eneas. Augusto se negó y nunca llegó a cumplir su deseo, gracias a lo cual ha llegado hasta nuestros días. 
      Gastó en efecto 800.000 sestercios en un entierro por todo lo alto de una mosca, a la que definió como su mascota. Todos le tomaron por loco, y aún así se construyó un espléndido mausoleo para la mosca. Al cabo de un año se descubrió que un amigo de Virgilio, funcionario, le había adelantado la noticia de que el Segundo Triunvirato preparaba una ley que obligaba a los latifundistas a ceder sus tierras a los soldados retirados, a cambio de sus servicios prestados. Las tierras de Virgilio se veían afectadas. Había una cláusula en la ley que eximía las fincas que tuvieran dentro tumbas. Virgilio se aprovechó de esto y montó un espectáculo para que a todo el mundo le constara que en sus propiedades había una tumba, aunque fuera de una mosca. Un año después todos dejaron de tomarlo por un loco, cuando la ley se aprobó y el Segundo Triunvirato intentó expropiar sus tierras y no pudo hacerlo.



BIBLIOGRAFÍA
  • http://www.erroreshistoricos.com/curiosidades-historicas/muerte/1667-el-carisimo-entierro-de-una-mosca-romana.html
  • http://sobrecuriosidades.com/2011/07/13/el-funeral-de-la-mosca-de-virgilio/
  • http://eldelyayo.blogspot.com.es/2011/09/la-mosca-de-virgilio.html
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Virgilio